En un artículo del 20 de febrero de 2017 en el prestigioso diario español “El País”, el profesor y experto en neurociencia, Dr. Francisco Mora lo expresa con claridad:
A nivel internacional hay mucho hambre por anclar en sólido lo que hasta ahora solo han sido opiniones, y ese interés se da especialmente en los profesores
El lector avezado descubre que la forma hambre es de género femenino, razón por la cual el profesor Mora, flamante neuroeducador debería haberse expresado … mucha hambre…
En ese artículo la periodista escribe con autoridad:
La neuro-educación, la disciplina que estudia cómo aprende el cerebro, está dinamitando las metodologías tradicionales de enseñanza. Su principal aportación es que el cerebro necesita emocionarse para aprender y desde hace unos años no hay idea innovadora que se dé por válida que no contenga ese principio.
La palabreja tradicional y, al parecer ya obsoleta “motivarse” se sustituye por esta otra más guay que es “emocionarse”.
No parece que haya mucha distancia semántica entre motivar y emocionarse:
Veamos lo que nos indica el DRAE:
Para motivar
1. tr. Dar causa o motivo para algo.
2. tr. Dar o explicar la razón o motivo que se ha tenido para hacer algo.
3. tr. Influir en el ánimo de alguien para que proceda de un determinado modo. U. t. c. prnl.
4. tr. Estimular a alguien o despertar su interés
Para emocionar
1. tr. Conmover el ánimo, causar emoción. U. t. c. prnl.
Los profesores de primeras y segundas lenguas (añadiría sucesivas lenguas por si la neuroeducación sugiere algún término mejor) tenemos muy claro que, para avanzar en el aprendizaje se necesita una enorme motivación.
Motivación con mayúsculas. Los alumnos requieren estar intensamente motivados para que el proceso de adquisición/aprendizaje funcione con fluidez.
¿De qué depende esa motivación y qué podemos hacer los docentes para aumentarle, mejorarla e introducirla en el cerebro de nuestros alumnos?
Si depende en gran medida de nosotros los docentes y para ello debemos preparar nuestras clases con una dedicación intensa acompañada de cariño, con un método que es preciso explicar a nuestros pupilos para tranquilizarles y que, desde el primer minuto de clase les quede expuesto, con claridad, que nuestro sistema de aprendizaje es el mejor y que van a dar pasos de gigante en el curso que comienza, que nuestro esfuerzo debe de acompañarse de una sólida formación y que, por supuesto la ciencia que para nosotros es la neurolingüística nos debe acompañar para comprender cómo funciona el cerebro.
El País, su periodista y el famosísimo profesor Mora, no se han enterado que en Canadá, desde hace más de dos decenios profesores expertos como Michel Paradis ya descubrieron mucho antes que nuestro “artista” de la neuroeducación, el funcionamiento del cerebro y cómo la clave del aprendizaje se encuentra en las dos diferentes memorias que los humanos contamos.
Así Paradis expone con claridad y lo demuestra con sus experimentos con enfermos de Alzheimer y otros que han sufrido daños cerebrales en accidentes, la diferencia entre ambas memorias, declarativa y procedimental.
Para el caso que nos ocupa la procedimental es la clave y que hay que estimular y aprovechar su funcionamiento para que la motivación aumente y funcione en nuestros alumnos de lenguas.
¿Tiene algo que ver la memoria procedimental y la motivación, se preguntará el lector?
Pues sí, si no utilizamos esta memoria en nuestro método de enseñanza (que no metodología), no conseguiremos motivar a los alumnos.
Es conocido que muchos alumnos que llegan con un excelente estado de ánimo a nuestros inicios de un curso escolar, se les apaga pronto la motivación y el entusiasmo si este no se acompaña de RESULTADOS.
El alumno tiene que percibir que el tiempo y el dinero gastados producen su fruto. Cursos convencionales en los que la gramática ocupa el centro de las clases fracasan porque la materia no consigue que los aprendientes hablen.
Las lenguas las estudiamos para usarlas, en palabras claras para hablarlas y el que paga el curso nos requiere para empezar a hablar cuanto antes.
Y la gramática no hace que nadie hable por mucho que insistamos y como indica el profesor Mora, que las clases sean más cortas porque la motivación –y la atención – con el transcurso del tiempo, se apaga poco a poco, tampoco ayuda demasiado.
Para ello, la clave es un buen método de trabajo y adaptado al funcionamiento de la memoria procedimental.
Llegado a este punto nos preguntamos – se preguntarán – cómo funciona esa dichosa memoria y qué podemos hacer para activarla.
Como sugiere los profesores Germain y Netten aplicadores de los principios neurolingüísticos de Paradis, las estructuras lingüísticas no se aprenden con razonamientos gramaticales, ni a base de repetir una y mil veces las malditas conjugaciones y ese subjuntivo que nos trae por la calle de la amargura.
Las estructuras se adquieren hablando de la misma manera que los bebés adquieren su lengua materna escuchando, repitiendo frases cortas –al principio – y corrigiendo los errores.
Así, los profesores comenzamos por estructuras sencillas, usuales y que se emplean en el lenguaje de todos los días, que es preciso repetirlas (por los aprendientes) una y mil veces hasta que se inscriben en la memoria procedimental que es automática.
Los alumnos necesitan esas estructuras para expresarse y que lo hagan automáticamente sin reflexionar si en un momento dado hay que emplear el subjuntivo o el tiempo que convenga. Si la estructura necesaria para expresarse en ese instante la tienen inscrita en la memoria procedimental la emplearán de manera automática sin pensar cuál es la conjugación correcta. Hablarán sin gramática.
Por eso, amigos de “El País” y profesor Mora les convendría estudiar y releer a Paradis y a Claude Germain y Joan Netten que llevan muchísimos años recorridos en ese camino de la neurociencia, de la neurolingüística teórica y aplicada y cómo no de la motivación que es lo mismo que los prestidigitadores o profesores de segundas lenguas llamamos también ilusión.